A REASON TO TALK
autoría e interpretación SACHLI GHOLAMALIZAD
duración 75min
fotografías LUCILA GUICHON
producción KVS, KUNSTZ, ROYAL THEATRE PLYMOUTH y RICHARD JORDAN PRODUCTIONS LTD.
MERCAT DE LES FLORS (PB, GREC 2018)
A nadie le sorprende ya una historia basada en una retahíla de problemas entre una hija y su madre. Podríamos decir sin miedo a equivocarnos que llevamos con el mismo rollo desde el principio de los tiempos. Pero, aún así nos atraen este tipo de historias y además si el problema subyace de una historia de inmigración más.
Sachli Gholamalizad narra toda su historia sentada de espaldas al público rodeada de pantallas, dos ordenadores y tres supletorias más grandes. Explica a través del teclado cómo se sintió, cómo se siente y hasta podemos averiguar cómo se sentirá. Cómo del miedo pasa a la culpa, sin acabar de dejar el primero y cómo las preguntas que la van atemorizando nunca obtienen respuestas.
A nivel dramatúrgico el relato es lento, demasiado lento. Las proyecciones y los vídeos tardan en aparecer y los pensamientos, aunque enmarañados en un ovillo desecho, no acaban de fluir como deberían. No nos engañemos la historia no es nueva y casi todos sabemos qué es lo que separa a esta madre de su hija o al revés, ya que la historia la explica la hija, qué separa a la hija de la madre. La huída nunca explicada de Irán, de una madre con sus dos hijos, para que vivieran en libertad en Europa, en Bélgica. Lo que se dejó atrás y la vuelta a empezar en un país lejano, en otra cultura, con otra lengua.
La madre conserva todos los recuerdos de su vida en Irán, y aunque sabe que no puede volver no se permite echar raíces en su nueva tierra. Pero su hija sí, desde pequeña quiso ser igual que sus compañeros de pupitre, sentirse de allí donde había ido a parar, pero de bien es sabido que a veces el ADN tira más que el corazón o los pies. A reason to talk explica esta lucha por pertencer a un sitio, por descubrir y aceptar la identidad pero siempre sabiendo de dónde vienes para de alguna manera saber porqué hoy estás donde estás.
El montaje pone desde el inicio al público muy favorable al relato de la hija, culpabiliza de todo a una madre, de la que apenas sabemos nada. Cuando nos adentramos en la dramatúrgia es la misma madre la que nos (casi) obliga a odiarla, a seguir sintiéndonos más cerca de la hija. No es hasta casi al final que nos podemos sentir libres de juzgar a ambas por igual y a decidir por nosotros mismos que postura adoptar.
No niego que la tecnología sea uno de los puntos claves del montaje y que la puesta en escena de la historia lo requiera, pero me hubiera gustado sentir algo más de piel, de una mirada final donde la protagonista se levantara de la silla y se dirigiera al público, para algo más que para recibir su aplauso.
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