Juan Mayorga: “En el teatro el silencio se escucha”
Fuente: Rocío García (elpais.com)
1972. Era verano en Reikiavik, pero el frío, la lluvia y el viento esperaban a los protagonistas del duelo del siglo. Piezas blancas contra negras. Estados Unidos frente a la Unión Soviética. El campeón mundial de ajedrez, el soviético Borís Spaski, defendía su reinado frente al retador Bobby Fischer. Después de mes y medio de un juego plagado de tensiones y conflictos, Spaski se rindió por teléfono y Fischer se alzó como el gran campeón de los tableros. Fue un combate en toda regla. El mismo que plantea el teatro de Juan Mayorga (Madrid, 1965), el dramaturgo, filósofo y matemático, Premio Nacional de Teatro en 2007. Un combate de palabras y silencios. El duelo de Reikiavik es retratado en el último texto escrito por Mayorga, que forma parte de la primera antológica de piezas largas, publicadas por La Uña Rota, escritas desde 1989 hasta 2014, cuando se cumplen, este mes de mayo, 20 años de la primera obra que subió a escena, Más ceniza, y 25 de la publicación de Siete hombres buenos. En total 20 piezas, tres de ellas inéditas —AngelusNovus, Los yugoslavos y Reikiavik—que muestran los misterios del arte teatral, resumidos, como defiende Mayorga, en la representación de todas las posibilidades de la vida humana y de todas las posibilidades del lenguaje. “Hay textos que tienen valor porque han tenido una vida escénica rica y otros están ahí por lo contrario, porque pareciéndome a mí significativos no han tenido la misma suerte en escena”. Saliendo de nuevo al encuentro de sus textos, ha encontrado resonancias, motivos recurrentes, además de todo un examen del lenguaje, “un examen de cómo usamos las palabras y cómo somos usados por ellas”. Resumidos en algo tan grande y al mismo tiempo tan común, apunta su autor, como el de aquellos seres frágiles que aspiran a la dignidad, la belleza y la libertad y que se enfrentan a poderes enormes, interiores y exteriores que los amenazan.
Juan Mayorga puede pasar años sin volver a releer una obra suya, pero cuando lo hace se entabla de nuevo el combate. “Estoy en permanente lucha con mis textos. Buena parte de mi trabajo lo dedico a la reescritura porque, por una parte, soy muy ambicioso y, por otra, creo que tengo un talento limitado”. Lo que sí ha descubierto Mayorga es que el discurrir de la vida, el tiempo, es finalmente quien de verdad se encarga de reescribir las historias. “Sucede que el tiempo es el que te va revelando lo que es de verdad relevante e innegociable y va desechando lo superfluo, aquello que pesa y que debería ser despreciado. Hay textos que, aunque el alma está tal y como las soñé, hoy creo que son mejores que cuando los escribí”.
El domicilio de Mayorga está plagado de dibujos infantiles, de libros y de premios teatrales. Es ante todo una casa llena de palabras, como aquellas que siguen resonando en la cabeza del dramaturgo cuando de niño, mientras jugaba a las chapas en el pasillo, escuchaba a su padre leer en voz alta y que tanto le ha marcado. “Por medio de la voz de mi padre, sus hijos nos acercamos a libros que entonces apenas entendíamos, pero que sin duda se convirtieron en parte de nuestro paisaje interior. Nuestras cabezas se llenaron de imágenes, de personajes, de ideas”. Así, Mayorga escuchó los debates entre Sembrini y Naphta en el hospital suizo de tuberculosos en el que Thomas Mann ubicó La montaña mágica, o estuvo en la primera fila en el incendio que asoló Manderley, aquella inquietante mansión deRebeca.
Ha dejado de jugar a las chapas, pero las palabras siguen ahí, poderosas. “El teatro es el arte de la palabra pronunciada y, por tanto, también es el arte del silencio, porque en el teatro el silencio se escucha. El teatro puede despertar lo que yo llamo envidia de la lengua o nostalgia. El teatro puede llevarnos a la pregunta importante de ‘¿quién escribe las palabras?’, ‘¿quién es el autor del guion que cada día repetimos?’. Nostalgia que es lo que yo siento por el teatro de Lorca, de Valle-Inclán o de Calderón”.
Y siempre con el corazón puesto en Lorca, Mayorga juega con la austeridad y sobriedad como dos conceptos inherentes a su dramaturgia. No realiza acotaciones autoritarias para cerrar de algún modo el espectáculo escrito por él. Solo incluye en el texto aquello que juzga innegociable, para poder así ofrecer la mayor libertad posible y las mejores posibilidades creativas al director, al escenógrafo, también al iluminador y, por supuesto, a los actores.Cartas de amor a Stalin empieza con una única y simple anotación: “En casa de los Bulgákov. Allí donde él escribe”. Así, en las distintas representaciones de la obra, uno se ha podido encontrar a Bulgákov escribiendo en un solemne despacho de Moscú, otras en las que este autor que sobrevive como puede en el régimen stalinista escribe en el suelo o incluso otra en la que lo hace sobre su propia piel. Lo único innegociable para Mayorga es que Bulgákov hiciera el acto de escritura en el lugar donde él habita. Es un ejemplo de todos los que han ido jalonando los montajes de este dramaturgo que ha sido traducido a más de treinta idiomas y representado en los principales teatros del mundo entero.
Pero lo que queda claro, con el repaso a esta obra casi completa, es que el teatro de Mayorga se va ajustando cada vez más a la sobriedad, dejando así espacio a la imaginación del espectador. “Para mí, el teatro es imaginación y reunión. Cuando uno escribe un texto teatral tiene que ser consciente de que está ante un hecho social. El autor entrega un texto a la imaginativa soledad del espectador, pero su destino último es que ese texto sea capaz de convocar una reunión de actores y de ciudadanos”.
Respeto absoluto por el espectador pero no obediencia y, menos aún, facilidades. Siempre con la verdad por delante, sin engaños. Así lo proclama el autor de La tortuga de Darwin o la más reciente La lengua en pedazos. “Al espectador hay que hacerle cómplice de la dificultad. Si lo intentas engañar te va a pillar y se va a enfadar contigo. Por el contrario, si le haces cómplice desde el principio, el poder del teatro es inmenso. Como decía Borges ‘el teatro es el arte en el que un hombre finge ser lo que no es y otro, el espectador, finge que se lo cree’. Es un pacto de ficciones y si no consigues que el espectador te entregue su complicidad, no es nada. Para mí es fundamental la reunión e imaginación, algo que está hoy tan amenazado. Parece que cada vez hay menos razones para reunirse y menos imaginación, que es el auténtico nervio de la vida”.
Después de años de escritura en solitario —“soy feliz haciéndolo, no pertenezco al género de los agonistas que sufren ante un folio en blanco porque yo gozo imaginando”—, Mayorga decidió lanzarse a la dirección. Lo hizo con su última obra estrenada hasta la fecha, La lengua en pedazos, ese combate por el espacio y el poder de la palabra entre Teresa de Jesús y un miembro de la Inquisición, en un espacio vacío con una mesa de Ikea que hacía las veces del convento de la iglesia de San José. “Durante mucho tiempo sentí desconfianza acerca de mi capacidad como director, hasta que me topé con un material en el que sí creía que podía tener una voz original. He descubierto que el espectador es un lector y que dirigir un espectáculo no es sino escribir en el espacio y en el tiempo”. Eso no quiere decir que desde ahora solo escriba sus textos pensando en la dirección. De momento, se ha propuesto ponerse al frente de su segundo montaje con Reikiavik porque, al escribirlo, ha sentido ese impulso, le han entrado ganas de explorar en ese juego de dos personajes (Bailén y Waterloo, como las dos derrotas napoleónicas) que interpretan a los ajedrecistas Fischer y Spaski. Todo sin creer en los montajes definitivos —“estoy deseando ver el que van a realizar en Alemania con La lengua en pedazos”—, sino en distintas lecturas que vayan descubriendo sentidos a la pieza que él no ha encontrado.
Se muestra orgulloso que no satisfecho —“la satisfacción es paralizante”— por el momento teatral que se vive en nuestro país y la oferta de calidad y diferentes lenguajes en pequeños espacios, más allá de las propuestas más institucionales. “El espectador está redescubriendo el teatro como lo que es, ese espacio de reunión e imaginación, en nuevos lugares que ofrecen trabajos excelentes que no son para nada canteras de tercera división. Desgraciadamente, no existen políticas culturales responsables. El famoso IVA es un ataque no solo a las gentes que hacemos teatro, sino también a los ciudadanos. Pero que tengan muy claro que el teatro resiste y resistirá siempre”, finaliza este devoto de Walter Benjamin, al que dedicó su tesis de Filosofía.
Teatro 1989-2014. Juan Mayorga. Dibujos de Daniel Montero Galán. La Uña Rota. Madrid. 2014. 770 páginas. 25 euros.
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