¿Y si desapareciera el arte?
Fuente: Flor Gragera de León (elpais.com)
Imaginemos un mundo sin arte. Sin cine. Sin música. Sin pintura. Sin literatura. Sin fotografía. Sin … Sin teatro. ¿Podemos? “¿Es reparable una pérdida tan profunda como la del amor, o cualquier pérdida? Las medicinas que nos han dado, la religión, los psicólogos hoy en día… ¿funcionan?” agrega el actor, director teatral y maestro de actores Juan Pastor a las anteriores preguntas. ¿Sirven para nuestra depresión, un mal que se extiende en el siglo XXI? El abismo de la pérdida con mayúsculas y el poder (o la ausencia de él) de los tratamientos que intentar afrontarla es clave en Duet for one. El propósito de vivir, el montaje que el teatro Guindalera de Madrid ha elegido para celebrar que lleva 10 años llevando producciones sobre los escenarios y creando una forma de hacer teatro que va más allá de las carcajadas, las luces y los grandes escenarios. Un estilo que apuesta por la reflexión, y por el encuentro en la intimidad en este espacio de setenta butacas que supone el sueño de una familia, la de Juan Pastor, su hija, la actriz María Pastor, y de Teresa Valentín-Gamazo, una mujer repleta de fuerza que habla de un trayecto que han recorrido “a la inversa”.
El camino de este proyecto ha sido tan simple como pedregoso: despojarse de mucho para llegar a la esencia, cuentan sus impulsores. Porque ellos dijeron “no” a lo que no les convencía para dar vida a “textos de calidad” y con independencia de cualquier ayuda. En este cumpleaños pueden presumir de excelentes críticas, haberse convertido en una referencia en la escena madrileña, tener un público fiel y variopinto y haber dado vida a Chéjov, Friel, Pinter, Rudnick, Mayorga, Ibsen…
La escena en que “la magia funciona sin artificios”, describe la actriz María Pastor, resuena en ecos con estas palabras: “¿Podemos vivir sin arte?” con una historia cuyo personaje principal es Stephanie Abrahambasado en la celebérrima violonchelista británica Jacqueline du Pré, quien a los 28 años y por una esclerosis múltiple perdió su poder de tocar el instrumento que amaba. Escrita por Tom Kempinkski, la obra se estrenó en el West End londinense en 1980, y nos lleva a las conversaciones marcadas por el humor, la cólera y el lirismo entre la música y su psiquiatra, el doctor Feldman. Los intérpretes, padre e hija, enfrentados mientras el fantasma de la depresión nos lleva a plantearnos preguntas. No cesan, y una de las más importantes es: ¿qué tiene que decir el teatro en este “universo cada vez más complejo, en el que estamos desconcertados”?, se plantea Juan Pastor, quien cree firmemente en la creación de un estilo, en el trabajo actoral “de rigor”.
La familia protagonista de Guindalera no rehúye el interrogante que nos coloca en una existencia sin el teatro, en un encuentro en el escenario ya a última hora de la tarde, después de otro día de horas de ensayo que preceden al estreno. “Me he sentido muy identificada con el personaje, y al investigar me he dado cuenta de que es Jacqueline du Pré, clavada a ella… Guindalera es mi chelo. ¿Qué me pasaría si esto me lo quitan? Y me asusta mucho esa idea”, afirma María Pastor.
Cruzar las puertas del Teatro Guindalera es de alguna forma como entrar en casa. Y lo es porque plantas cuidadas y verdes bordean el pasillo que guía hasta el espacio austero en que público e intérpretes tienen escasos metros de separación. “Casi se puede escuchar la respiración o alcanzar a los actores con los dedos”, describe Juan Pastor. En una pequeña vitrina se atesoran los recuerdos en forma de diversas versiones de guinda, insignia de la casa, que han llevado los espectadores como obsequio. Tras los aplausos de cada puesta en escena hay un momento para charlar con un vaso de licor de guindas ofrecido por los anfitriones, algo pionero en las tablas madrileñas, y que funciona como una sobremesa con actores que aún portan su vestuario.
Pero no son buenos tiempos para Guindalera, y no está la falta, dicen los Pastor-Valentín, en el público del que se enorgullecen “y que va más allá de las fronteras del barrio”. “Nuestra situación es muy precaria, no sabemos qué pasará a continuación… El IVA cultural ha sido ruinoso”, explica el director. Juan, María y Teresa conversan apasionados sobre la asfixia a la cultura del Gobierno de Mariano Rajoy y hay una conclusión: la actual política cultural “pone zancadillas; son claramente cortapisas para que lo dejes…”. Teresa Valentín añade: “No se dan cuenta de que el teatro da vidilla a todo, a los bares, al metro… La gente necesita un espacio donde confortarse en la ciudad sucia, abandonada, en desamparo, para poder charlas después, es un lugar de encuentro… Es una necesidad espiritual”. Y su hija rememora las veces en que los espectadores la han abrazado agradecidos o en chavales “algunos bastante brutos” que, tras haber conocido Guindalera por los programas pedagógicos que dirigían sus padres, han seguido acudiendo a las funciones. “A veces los colamos. ¡Un chico de Fuenlabrada ha venido tres veces a ver Chéjov! Con su bonobús”, relata.
Teresa Valentín y Juan Pastor dieron vida a Guindalera pisando suelo firme y con un techo de hojalata que obligaba a suspender la función cuando la lluvia caía fuerte. Sus ingresos procedían de proyectos pedagógicos de creación de audiencias con Entra en escena con la Obra Social de Caja Madrid y Tras teatro con la Comunidad de Madrid. Ahora con la crisis eso ya es pasado. Pero las ideas siguen fluyendo para mantenerse en pie. Desde el micromecenazgo al que se anima al público, hasta la posibilidad de apadrinar una butaca desde 20 euros al mes, hasta la promoción, que va desde organizar grupos, difundir en redes sociales…
“Hemos sustituido el templo por el teatro, es una forma de encontrarnos a nosotros mismos, al menos, el que hacemos aquí… Ese ritual tan desnudo entre público y espectador es cada vez más necesario por la sobrecarga de estímulos…”, asegura Juan Pastor. ¿Y si desapareciera? Por lo pronto, el antídoto es el trabajo y los planes de futuro. Proyectos pequeños de dos o tres actores, cuentacuentos, versiones del trabajo pedagógico que se realizó anteriormente… Contra todos los malos augurios y las preguntas que nos podemos hacer, el dramaturgo Juan Mayorga lanzó en agosto en Santander un mensaje que da que pensar. “El teatro es el arte del futuro”. Mientras tanto, en Guindalera, siguen regando su jardín y transformando aquel de 1904 de Chéjov de cerezas a guindas.
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