ESTACIÓ TÈRMINUS



TEXTO: ALBERT MESTRES, MAGDA PUYO, RAMON SIMÓ y ANNA TEIXIDOR
INTERPRETACIÓN: PEP AMBRÒS, PEPO BLASCO, JUDIT FARRÉS, BLANCA GARCÍA-LLADÓ, JORDI ORIOL y KATHY SEY
DURACIÓN: 80min
FOTOGRAFIA: JOSEP AZNAR
PRODUCCIÓN: VELVET EVENTS
MERCAT DE LES FLORS (GREC 2016)

Gran afrenta a la que se han querido enfrentar Magda Puyo y Ramon Simon, tratar el tema de la violencia en cada uno de sus estados. Comenzando por la violencia de género y los micromachismos, siguiendo por la violencia terrorista, Al Qaeda, ISIS... el sentimiento eterno de inmigrante, la violencia de Estado (no proporcionar a sus ciudadanos unas condiciones dignas en las que vivir), la libertad fingida por un sistemas que nos oprime sin que nosotros lo "sepamos", etc.

El juego del miedo pero sin miedo. Los temas quedan expuestos sobre la mesa, pero no hay profundidad, son simples titulares que requerían un tratamiento más profundo, la teoría es conocida por todos, pero ¿y la práctica?

Al entrar en la sala percibimos una especie de teatro comunitario, una sensación de que si te sientas en los asientos centrales alguna cosa va pasar. Pero no nos inmutamos ni nos hacen inmutar. No salimos más que de la ensoñación de público en la oscuridad por algún grito, seguimos tan cómodos sentados en nuestros sitios. ¡Qué diferente hubiera sido si la violencia no sólo nos hubiera abierto los ojos, sino cada uno de los poros al respirarla!

Interpretaciones en tono acertado pero esperaba más violencia. Llevan la batuta ellos y se nota las mejores interpretaciones están lideradas por Pep Ambròs, Pepo Blasco y Jordi Oriol. De entre las secundarias, destaca Blanca García-Lladó que una vez demuestra su enorme versatilidad. Pero el gran fallo es el tratamiento conservador del espectador en un montaje como este no debería ser un mero público. Debería sentirse molesto, tanto el texto como los actores deberían ser los encargados de que se incomode en sus asientos, hacerlo de alguna manera protagonista, más allá de adquirir o no una rosa. Una rotura de esquemas entre la pasividad y una aportación a un montaje que sin él no tiene sentido.

Nos sentimos dentro de la estación, podemos vernos las caras, pero no hay miedo porque sabemos que la violencia no va con nosotros. Me hubiera gustado que el montaje hubiera sido más Haneke, que hubiera dado al espectador un arma y dejar que esa "improvisación" de las artes en vivo delimitara cada noche el final del espectáculo.

Por el contrario salgo de sala con la sensación de que el motín ha concluido, y a pesar del sentimiento de comunidad con una platea que desconozco aunque les haya visto las caras, la violencia no ha calado, no estoy convencida de su tesis, simplemente descolorada de la manera en que se ha explicado.

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