CINE
AUTORÍA, DRAMATURGIA y DIRECCIÓN: ITSASO ARANA y CELSO GIMÉNEZ
INTERPRETACIÓN: ITSASO ARANA, FERNANDA ORAZI y PABLO UND DESTRUKTION
VOCES: ROBERTO BALDINELLI, JAVIER GALLEGO, MIREN IZA, EDUARDO G. CASTRO y ADRIANA SALVO
DURACIÓN: 85min
FOTO: MARIO ZAMORA
PRODUCCIÓN: FESTIVAL DE OTOÑO A PRIMAVERA DE MADRID, LAS NAVES. ESPAI DE CREACIÓ DE VALÈNCIA y LA COMUNIDAD DE MADRID
MERCAT DE LES FLORS (SALA OM, GREC 2017)
Desconcertada tras ver uno de los montajes más esperados de este Grec 2017. Y no porque no fuera sobre cine. El título hace referencia a kiné, que en griego quiere decir movimiento. El mismo que empuja al protagonista a buscar sus orígenes. Sino porque por muy preciosista que puede parecer el montaje desde fuera y lo interesante del tema, la dramaturgia se ha quedado a medio camino, en un quiero pero no puedo.
Cine habla de uno de los más de 300.000 casos de niños robados en España entre 1930 y 1980. Una historia como hay miles, pero en la que su protagonista que al igual que el espectador inicia su viaje para saber quiénes son sus padres biológicos y ese viaje es el espectáculo. De Madrid a Donostia, Italia y Barcelona. Entre medio de la historia principal, otras historias y el público mientras tanto disfruta de la más que notable banda sonora del espectáculo.
Una mezcla entre imaginación, realidad y ficción que desde la platea, a veces, es preciosista, a pesar de la tragedia, de la falta de respuestas que recibe el protagonista, y de aquellas respuesta que hacen daño. Historias que durante años se han escondido y que a pesar de haber salido a la luz, no importan a la mayoría de los que podrían aportar un poco de luz entre tanta oscuridad.
Desde la primera sorpresa que se lleva el público nada más entrar en la sala, veremos todo el espectáculo con unos cascos (headphones) puestos, una decisión que más allá de subrayar la incomunicación que sufre el protagonista buscando respuestas a su situación no es demasiado entendible. Entre la escena y la platea también existe un telón transparente que nos deja entrever las diferentes acciones, pero que da la sensación de estar viendo cine, de esa especie de pantalla que no buscas cuando lo que quieres es disfrutar del teatro. Definitivamente son dos elementos que alejan al espectador de lo que llamamos magia del teatro.
La misma pantalla nos deja apreciar la multiplicidad de capas que tienen los personajes que interpreta, una siempre brillante Fernanda Orazi, que no vemos tanto como nos gustaría por tierras barcelonesas. Es una pena que, por ejemplo, la escena de la cafetería queda lejos de los ojos del espectador, al fondo del escenario de la OM, me hubiera encantado poner cara a lo que sólo fueron palabras, y eso que estaba sentada en la quinta fila, no me quiero imaginar si hubiera estado en la última.
La disposición de los elementos en el escenario es difícil de explicar en un espectáculo que ganaría mucho con la cercanía del público. Al igual que es difícil de discernir el porqué de la dramaturgia. Si bien es cierto que se basa en una historia real, no entiendo que esté tan poco vestida. Ya no sólo de la manera abrupta que tiene de acabar, que porque el intérprete de la canción final te dice que el espectáculo ha acabado sino seguirías esperando que alguien colgara el The End.
No sólo le falta ritmo, cosa que es evidente, en casi 90 minutos se pueden explicar uno y mil casos, sino también profundidad, es como si se pasara por la historia de puntillas. Una cosa es que sea un tema delicado y otra bien diferente es que lo cubramos todo con un velo que sólo nos deje ver parte de la historia. Ritmo, profundidad y crítica. El dramaturgia pasa de puntillas por la historia y se moja tan poco que ni siquiera se atreve a juzgar o a provocar al público para que juzgue por sí mismo. Si una de las funciones del teatro es la de provocar preguntas o cuestionar ciertos temas, Cine me ha dejado con el símbolo de pregunta bien abierto.
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