ANDRÉ Y DORINE
DRAMATURGIA: GARBIÑE INSAUSTI, JOSE DAULT, IÑAKI RIKARTE, EDU CÁRCAMO, RONALDO SAN MARTIN
DIRECCIÓN: IÑAKI RIKARTE
INTÉRPRETES: JOSE DAULT, GARBIÑE INSAUSTI y EDU CÁRCAMO
MÁSCARAS: GARBIÑE INSAUSTI
DURACIÓN: 1h 20min
FOTO: GONZALO JEREZ
PRODUCCIÓN: KULUNKA TEATRO
TEATRE POLIORAMA
He de decir de entrada que no soy especialmente fan del teatro de máscaras, las experiencias previas que había tenido con él no habían sido del todo satisfactorias porque las máscaras no se modulan como una cara y la pérdida de gestualidad afectaba negativamente a la interpretación del montaje, pero el caso que nos atañe no ha sido así. Las máscaras que ha diseñado Garbille Insausti nos hacen olvidar que son máscaras y nos permiten ver e imaginar personajes, uno detrás de otro, tan humanos que incluso hasta asustan.
André es escritor, Dorine violinista, juntos han llegado a esa edad en el que las manías forman parte de la vida cotidiana y la hacen más llevadera. De repente, el protagonista principal hace acto de presencia, el Alzheimer, Dorine se empieza a olvidar de las cosas más básicas y es André y su hijo quien la tienen que ayudar a recordar.
André y Dorine es una tragicomedia donde el Alzheimer se trata con un cuidado extremo. La ternura, la emoción y un punto de comicidad en las acciones son las notas más características de la obra. No hay sentimentalismo, se huye de la lágrima fácil aunque no cabe duda que algunos espectadores tendrán que recurrir a un pañuelo para secárselas porque la emoción que despiertan algunas escenas se deja notar a flor de piel.
Maravillosas interpretaciones, no hay texto, toda la intensidad de la obra se juega en el apartado gestual, que con sumo cuidado desgranan los actores. La música sin letra acompaña a los cambios de escena. La escenografía, un poco alejada de la boca del escenario, en un principio, deja de parecerlo cuando el juego de luces hace su aparición.
André y Dorine es una obra única, que emociona, invita a pensar y reflexionar lo duro que es asumir que nos hacemos mayores y que poco a poco dejamos de ser uno mismo, con o sin enfermedad. Aunque siempre habrá alguien a nuestro lado para recordárnoslo. Con el corazón en un puño, a la salida sientes unas ganas terribles de llamar a tus padres para decirles "os quiero", para recordárselo, por lo que pueda pasar.
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