Una fuerza de la naturaleza actoral


Font: Gregorio Belinchón (elpais.com)

A riesgo de caer en el tópico, Sergi López se mira las manos, gordezuelas, con dedos más de labrador que de actor de cine, y exclama: “Un jabalí. Pienso mucho en ese animal. Le doy vueltas al asunto”. Un jabalí escarba, atraviesa los campos de cereales y de girasoles pisando la mies y abriendo su camino; un jabalí es rotundo, rápido, solo ataca si le hieren o se siente muy amenazado; un jabalí siente suya su tierra; un jabalí, si hablara, sería de los que exclamarían: “Al pan, pan, y al vino, vino”. Y todo eso está en este tipo de Vilanova i la Geltrú –donde vive aún, desoyendo cantos de sirenas parisienses y barcelonesas–, que cumple hoy 48 años, que ya ha rodado 60 películas –cifra que él repite con sonrisa pícara y ojos grandes–, que ya ha estado seis veces concursando en el Festival de Cannes (la última, este año, con Michael Kohlhaas) y que estrena Ismael, otra apuesta de Marcelo Piñeyro por el dramote con buenos sentimientos, que juguetea con arrojarse al barranco del almíbar, pero que finalmente sale con brillantez adelante. A López le ha tocado un papel que muchos pueden ver muy cercano a su carácter: el del amigo comprensivo del prota (Mario Casas), que en cuanto aparece la madre (Belén Rueda) entra a matar con todo su encanto y su savoir faire para el género femenino. “Hicieron algo que en mí funciona: me dieron el guion y me dijeron que lo leyera. Nada de ‘lo he escrito para ti”, cuenta durante este encuentro en Madrid con El País Semanal. “El guion es una pieza maestra de relojería, porque todos los personajes han sufrido algo y aun así es una película luminosa. ¿Un papel cercano a mí? En su manera de ver la vida, en su felicidad en las cosas sencillas, en su lado bufonesco, desde luego. Contemporiza, parece estar de vacaciones, se convierte en los ojos del espectador. Pero no se me dan tan bien las mujeres. Las llevo mejor cuando es un guion escrito. En mi vida soy supertímido. Yo tengo gracia en el acercarme, en la campechanía, en el sentirme cercano. Luego, coger una mano, ir a más, ni de lejos. Con el tiempo vas mejorando, haciendo lo que puedes [carcajadas]. En la obra de teatro que represento ahora me quito la camiseta y paso una vergüenza… Todo porque un día lo hice en el ensayo y gustó el gesto”.

Sesenta películas rodadas por todo el mundo, una imagen de actor europeo como pocos otros la tienen en el ncine español: “No se acaba de entender. Es una cosa inexplicable. Va pasando el tiempo y lo asumo poco a poco: hago cine, soy actor de cine, que es una expresión que me suena a marciana. Aún parece ayer cuando me decían: ‘Quédate en Francia, que te vendrá bien para tu carrera de cine’. Y yo pensé: ‘¿Mi carrera de qué? A lo sumo haré dos películas de inmigrante, tres con suerte’. No sé, no lo entiendo. Me va bien: en francés tengo acento, en inglés tengo acento, en español no estoy seguro [risas]… La cosa va durando. No entiendo por qué, pero sí comprendo que las cosas que haces te abren puertas. La gente del cine va viendo mis trabajos y mi carrera se va alimentando. En la calle, el público me conoce, sabe mi nombre, pero pregúntales por una película mía. No tienen ni idea. No me importa, de verdad”. El catalán nunca ha tenido reparos en viajar: en su filmografía hay más películas francesas que españolas –“me costó arrancar aquí; cuando empezaron a llamarme, pensaban que yo vivía en París”–, rodajes en Londres, Tokio… “¿Cómo no? ¿No quería ser actor? Pues vas adonde te llamen, que encima es chulo”. Puede que por eso tenga un César francés, y ningún Goya, aunque haya sido tres veces candidato. O que haya pisado más veces el Festival de Cannes que el de San Sebastián. ¿Y eso cómo se compagina con la familia en Vilanova? “Mejor de lo que pensaba. Porque si eres el prota, como mucho estás fuera seis semanas. Y si no, son quince días de trabajo y repartidos en tres meses. Y cuando estoy en mi pueblo tengo todo el tiempo para la familia y no como mi hermano, que trabaja al lado y está todo el día fuera. Procedo del teatro, ya estaba acostumbrado a eso de estar en un escenario en fin de año o el día de Navidad o en fin de semana. Trabajas cuando los otros descansan”.

El teatro. Sergi López ha vuelto a él con 30/40 Livingstone, coescrita, codirigida e interpretada en asombroso dúo con Jorge Picó, su compañero de estudios en la escuela parisiense del mítico Jacques Lecoq: “Era un sitio muy especial, porque no te enseñaban a interpretar, sino a generar cosas, a ser actor creador, huyendo de las rutinas como las del cine”. Hace añosya colaboraron en Non solum (aunque era un monólogo de López) y ahora están de gira con ese prodigioso, bufonesco –en la sabia mezcla que esconde esa palabra de reír zahiriendo y metiéndose con el poder– 30/40 Livingstone. En la obra, López, que no para de hablar, encarna al hijo de un juez que decide dejar todo atrás e irse a buscar, a encontrar ese algo más que le pide su cuerpo. Y en ese proceso encuentra a un extraño ser, mitad ciervo, mitad hombre (Picó), que se expresa solo con gestos. En pantalla, López es contenido; en la vida diaria le gusta expandir su cuerpo; en el escenario es un huracán, un pulpo de múltiples brazos, un elefante, una gacela, un actor con un dominio absoluto de cada una de las partes de su físico, que maneja con ductilidad. En un momento parece pesar 20 kilos menos; en otro, 20 más; pasa de la adolescencia a la vejez en un chasquido de dedos. Y se burla, se burla, se burla. De todos: de los corruptos, los arrogantes, los inocentes, los listillos, los creídos, de la bondad ajena y de la idea rousseauniana del hombre natural, de los cuñados trepas… El humor, usado para algo más. A López le apasiona, pero no puede disfrutarlo completamente: el día del estreno de su temporada madrileña sufrió encanta el teatro. Empecé con otra obra a dos con Toni Albà, que empezó a hacerse conocido por la televisión. Y a mí comenzaron a llamarme para cositas de cine. Así que a veces la representaba yo con un sustituto, y otras, él con el sustituto. Me llegóWestern [1997], el viaje a Cannes. Hubo un momento en que lo tuvimos que dejar porque la gente iba a ver la obra del Toni y del Sergi [se le escapa el catalán, su lengua materna], y aquello era un cachondeo, nunca estábamos uno de los dos”. Estuvo tres años sin hacer teatro, por miedo a no poder cumplir los compromisos. “Pero me bullía, me bullía, Jorge Picó y yo hablamos y nació Non solum. En el teatro, tú arrancas las cosas; en el cine debes esperar a que te llamen. Ya puedes decirle a un director de cine todo lo que te encantaría trabajar con él, que si no te telefonea…”. Suena el móvil de López, lo que provoca una carcajada. Es su novia. “Mis hijos se ríen de este cacharro. No tiene ni Internet. Bueno, ellos también pierden los suyos”. Se pone las gafas, suspirando por tener que usarlas, mira la pantalla, responde, y lucha, brega contra el teclado y el menú. No cambiará a una tecnología superior.
Con el tiempo, López dice que ha ido encontrando su sitio, su lugar en la industria, que se reconoce en lo que hace. A pesar de que el cine sea un arte incontrolable, insondable para un actor: “El cine tiene algo de misterioso. Cómo el montaje cambia todo lo que hayas hecho bien o mal en el rodaje. Qué pones, qué quitas. Es fascinante. Aquí el actor sí que está al servicio de otro, subordinado a los gustos de otros. Y me parece bien. No tengo quejas. No hay fórmula que explique qué funciona o qué no. Bueno, como la vida. Te puedes tirar toda la vida queriendo algo y nunca lo logras, y en cambio obtienes otras recompensas. O cuando ya parece que tu objetivo es inalcanzable, te viene por otro lado… Mira, en Francia se ha generado una idea de mí curiosa: creen que soy francés, formo parte de su imaginario colectivo. Y todo es por el cine. Lo que se vio en pantalla, lo que se cayó en la mesa de montaje, los estrenos que tuvieron éxito y los que no, todo eso conforma la imagen que tienen de mí. Solo conozco a alguien que te cuenta una peli, que es igual en guion, que es idéntica en rodaje y que es igual en pantalla: Guillermo del Toro. Hasta era capaz de saber lo que iba a recaudar. Por eso es un genio. Sin embargo, el resto es un misterio. Ruedas una película que crees que no significará nada, y crece y crece. Hay algo, hay algo… No sé”.
En Francia empezó haciendo de buen tío y de emigrante. “Llegó Harry, un amigo que os quiere, y me cambió la carrera, porque allí fue un fenómeno. Sobre todo en la calle. De repente me tocaron los personajes marcianos, esos que no sabían a quién ofrecer. Pensaban que con mi acento era difícil saber de dónde procedía. Como no vivo allí, encima no tengo presencia mediática, ni saben si tengo hijos… Sí que trabajo mucho con Manuel Poirier, que es con quien yo he ido de la mano en el cine, y que tiene su público de autor”.
En España tampoco se sabe algo más. “Con 30/40 Livingstone, la gente me dice: ‘¡Si haces el payaso!’. Pues claro, es que siempre lo he hecho. Mis amigos del teatro de toda la vida, cuando me ven en el cine, se parten y me echan en cara si voy de actor serio, que si no se tragan que vaya de sensible o de asesino. Igual por la calle: como hago cine en Francia, que suena a elitista, no saben muy bien qué pensar de mí”. Y lo mismo le pasa en su carrera. “Como recuerdan Solo mía, Harry, un amigo que os quiere y El laberinto del fauno, me adjudican el rol de villano, y solo he encarnado a malvados en cinco de mis sesenta películas”.
Solo hay un sitio donde sí saben cómo es Sergi López: Vilanova i la Geltrú. “Allí formo parte del paisaje. Soy el famoso del pueblo, claro, pero tomo el café en el bar, soy una palmera más de la plaza. ¿Sabes quiénes flipan? Los turistas franceses, que de repente me ven y se sorprenden, mientras que el resto de los clientes del bar se ríen”. También es el pueblo de sus sinsabores. Durante cuatro años, hasta 2012, el actor era uno de los tres dueños del restaurante Negrefum, una apuesta por el producto de kilómetro cero, el local y de temporada, y por comer sin prisas. Tuvieron que cerrar. “Fue una frustración. Pensé que iba a durar. No queríamos vivir de ello, sino montar un sitio de referencia, de encuentro gastronómico. Teníamos margen… pero empezamos a perder, a perder. Y aún arrastraremos eso un tiempo”. A López le encanta comer. Con El laberinto del fauno, Del Toro le hizo adelgazar 14 kilos. “Me hubiera encantado quedarme en ese peso. Pero están los jamones, el lomo embuchado. Y mientras pensaba si adelgazar de nuevo, seguía comiendo. Mira, aquí estamos, hablando de perder peso mientras comemos”.
Desde abril, Sergi López es vicepresidente de la Acadèmia del Cinema Català. “Me metí en la academia porque me gustaba la idea que me proponían: incentivarla como lugar de encuentro de colectivos, con ganas de aunar esfuerzos varios, de apoyar iniciativas, de reunirse con gobernantes para sacar adelante leyes. No me ocupa mucho tiempo, pero más del que me esperaba”. El actor no esconde su independentismo, que le alimenta desde crío: “Es un momento en que la gente en Cataluña se está moviendo mucho. Me interesa esa posibilidad de hacer un país nuevo, y estar en la academia te permite señalar las cosas que no están bien y que se podrían mejorar. Aprovechemos este empuje. Creo que todo va ligado: lo que ocurre en Cataluña –que reconozco que conlleva una aspiración identitaria–, en el resto de España, en Grecia, en Ucrania, esta sensación de que la gente de la calle se plantea el cambio de las cosas, que esto no va bien. Por eso no vale una independencia para repetir los mismos manidos esquemas de poder. Creo en plantearnos preguntas, en buscar soluciones que apoyen al colectivo, porque hoy día muy poca gente decide muchas cosas… y encima se beneficia de ellas. Romper con las élites actuales. La independencia de Cataluña no puede ser un sitio al que llegar, sino un punto de partida. Es una oportunidad de oro, siempre que no repitamos modelo o nos marquen ese nuevo modelo los que crearon el anterior. A lo mejor sueno a inocente, pero es que el sistema capitalista ha fracasado, y emerge el asambleario. Que lo más subvencionado en España sean los bancos, es evidente, ¿no? Algo no cuadra. ¿Cambiar para que nos sigan gobernando los bancos alemanes? Eso no es independencia ni es nada”.

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