Fuente: Javier López Rejas (elcultural.es)
“El testamento de MarÃa, de Colm TóibÃn, nos plantea una aproximación a la vida de la madre de Jesús desde una perspectiva exclusivamente humana”. Con estas palabras José Antonio Gurpegui introducÃa en estas páginas su crÃtica sobre la obra del escritor irlandés. La adaptación al teatro por parte del cineasta Agustà Villaronga (Palma de Mallorca, 1953) no hace sino abundar en esta faceta Ãntima de uno de los personajes centrales de la religión católica. El monólogo, que llega al Festival Grec el próximo jueves, 17 de julio, está protagonizado por Blanca Portillo, un nuevo desafÃo escénico que la ha llevado, según reconoce Villaronga a El Cultural, a “humanizarla y a llenarla de matices a veces muy contradictorios. Según sus palabras, se ha enfrentado a una Virgen tan de carne y hueso que ha llegado a verla como una heroÃna, trágica a veces pero también muy cotidiana”.
La idea del montaje, escrito para Meryl Streep y representado en el Teatro Walter Kerr de Broadway por Fiona Shaw, surgió hace dos años de un encuentro entre TóibÃn, Villaronga, el productor Javier Pérez Santana y Enrique Juncosa, director del Irish Museum of Modern Art. Su estreno en el Grec será sólo un primer paso para esta obra porque en noviembre recalará en el Teatro Valle-Inclán del Centro Dramático Nacional. “El proceso de adaptación ha sido complicado -explica el director de Pa Negre-. El texto original era un monólogo puro y duro en el que ni siquiera habÃa acotaciones. En la versión interpretada por Fiona Shaw se hace una nueva adaptación. Durante este proceso TóibÃn, cada vez más inmerso en la historia, elabora una novela corta que no es más que una ampliación del primer texto. Al enfrentarme a la adaptación intenté tener en cuenta las tres fuentes de las que disponÃa, de tal manera que no fui del todo fiel a ninguna, centrándome en generar una lÃnea de acción más diáfana. Eso sÃ, las palabras y el espÃritu son cien por cien TóibÃn”.
Nos encontramos, pues, ante una ficción. Que nadie espere una fiel adaptación del mensaje de la Iglesia. “El mensaje está hecho desde la tierra, no desde los cielos. Es tremendamente espiritual pero sin intervenir en absoluto lo sagrado. No habla del icono de la Virgen como algo intocable e inmaculado sino que muestra a una simple mujer de campo abocada a la separación de su hijo cuyas ideas no comprende y a la dolorosa experiencia de vivir su terrible agonÃa sin poder hacer nada para salvarlo”.
Para AgustÃ, lo esencial es desnudar la narración de toda complejidad que no vaya directamente al corazón, allanar el camino de forma didáctica para entender de un modo sencillo la historia contada en los evangelios y asimilar los nuevos y diferentes matices de esta Virgen de TóibÃn. Para ello, el director utiliza un espectáculo austero y al mismo tiempo visual en el que se utiliza más la narrativa cinematográfica, a través de secuencias, que la teatral, con actos y escenas.
El personaje protagonista se nos presenta ya en la vejez y a punto de morir. Revive, como si de un cúmulo de flashbacks se tratara, momentos de su vida. Hermosos algunos, terribles, otros. Y los recrea desde su exilio en Éfeso, como si en sus solitarias y largas noches diera forma a esos fantasmas del pasado y con ellos nos descubriera la mujer que realmente es. “Nos da su palabra. Su verdad”. ¿Puede decirse entonces que nos encontramos ante una obra religiosa? Villaronga responde con contundencia: “Es absolutamente religiosa. Versa sobre eso y fabula sobre eso”. ¿PodrÃa ser entendida como irreverente? “No lo creo. En los Evangelios, el personaje de la Virgen es alguien poco definido, una mera comparsa del principal: su hijo. Sale poco, habla poco y no llega a expresar ideas propias. En la fabulación de TòibÃn se exploran los sentimientos de esa mujer que, en varios aspectos, se aleja de la ortodoxia católica. Alejarse de ello nos ayuda a entender mejor el drama personal de esa mujer. Es perfectamente lÃcito prestar atención a este dolor de madre y a la rabia y confusión que eso puede llegar a generar”.
En esta mezcla de sentimientos, el de la culpa es el que planea en todo momento sobre la interpretación de Blanca Portillo. “La que podÃa haber hecho y no hizo, o no pudo hacer. Pero hay muchas cosas más. La tergiversación de la palabra que selecciona lo que puede o no ser dicho. Como si nuestro personaje se quitara una mordaza y pudiera hablar con libertad sobre cosas a las que la Historia no le presta atención. Y por encima de todo, el amor. Otro sentimiento. En este caso un amor de madre que añora a su marido y a su hijo, a los que amó de una forma dulce, sencilla y plena”.
Para subrayar este texto tan potente y de tanta carga emocional del escritor irlandés Villaronga ha encargado la escenografÃa al artista Frederic Amat, que le ha dado al espectáculo un entorno a medio camino entre la abstracción y lo cotidiano. Partiendo de la idea de recrear la casa de MarÃa de Éfeso la convierte en una especie de habitación de la memoria, “como un gran cerebro del que surgen objetos, elementos del pasado que se imponen al presente del personaje”. Según Villaronga, Amat ha tratado ese espacio como si fuera “un retablo en el que recrea los hechos a modo de aleluyas' con diferentes estampas . En definitiva, un nido en el que ella se protege esperando la muerte como una liberación”. Tal vez, como apunta Gurpegui, “la catarsis venga por la escritura y a fin de cuentas solo pretenda expiar su culpa diciendo la verdad”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario