Desde que ví Fedra
(Sala Beckett) a inicios de la temporada, tenía ganas de entrevistar a esta
dramaturga. Después de aquel montaje, vino Dos
punkis y un vespino al Teatre Gaudí y ahora recala en la Sala Tallers del
TNC con su T6, L’ombra al meu costat, un texto sorprendente, lleno de juegos
teatrales, de tensión dramática y con una gran poética. Esta temporada lleva
grabada su nombre y esperemos que a partir de aquí, vengan muchas más. Marilia
Samper, recordad su nombre.
Te propusieron hacer un T6 y pensaste “Voy a hacer un
dramón” o ¿cuál fue el proceso?
Me propusieron hacer un T6 y me entró un miedo atroz. Me
cogió tan de sorpresa que me empecé a plantear primer porqué yo, cosa que le
tengo que agradecer al Sergi (Belbel) porque ya desde el Institut del Teatre me
animaba para que escribiese. Yo escribo poco porque escribo cuando me apetece contar algo, me cuesta trabajar por encargo.
Por ejemplo Fedra de Q-arts de Teatre fue un encargo pero tardé un año en
escribirla. No quiero escribir por escribir. Aquí era por encargo, con unos
plazos y condiciones fijas, pero tuve que empezar a buscar qué cosas me
motivaban. No sabía, tampoco qué género escoger, sí es verdad que me siento más
afín al drama que a la comedia. Pensé varias cosas pero al final me decanté por
esta historia sobre la desaparición que ya hacía tiempo que quería escribir
pero que había dejado de lado porque no encontraba la forma. Quería escribir
sobre cómo se vive en el seno de una familia una desaparición.
Dices que escribes sobre lo que te conmueve, sobre lo que
te hace sufrir, pero que no escribes grandes historias, ¿ésta no es grande?
Realmente es la primera vez que he construido una trama un
poco más compleja porque mis textos
siempre son viajes personales, no pasan muchas cosas. Una de las críticas
más duras que he recibido sobre L’ombra al meu costat es debido a que no
queda resuelta la historia, pero para mí no era lo importante.
¿Es una historia real ficcionada o todo es ficción?
Son partes de diferentes noticias que yo había leído hacía
tiempo. Quería reflejar cómo se dirigiere ya no sólo la desaparición sino
además cuando se da el caso de tortura y ensañamiento con la víctima, cómo lo
lleva su familia. Me he
arrepentido durante el proceso un montón de veces porque me ha costado bastante
escribir el texto, tuve dificultades para encontrar una estructura válida, la
imposición de un reparto fijo con sus características de edad también influyó.
Incluso a mitad de proceso estuve a
punto de dar marcha atrás, y no lo hice porque pensé que no tendría tiempo
de empezar otra cosa. Sino lo hubiera hecho. Sé que es una apuesta arriesgada,
pero era sobre lo que quería hablar. Creo que cuando conseguí desligarme sobre
lo que estará bien y no lo que no, lo que la gente pensará, es cuando pude
encarrilar el texto y terminarlo.
Has centrado la historia en dos personajes, la chica que
desaparece (Anna Moliner) y uno de sus amigos (Òscar Castellví), sobre todo la
segunda parte, dejando de lado el dolor de los padres, ante la nueva situación,
¿por qué?
Primero para no caer excesivamente en el dramatismo. Es un
punto que discutí bastante con Cristina (Plazas) e incluso Sergi (Belbel) me
sugirió que mencionara algo sobre la madre al final, pero me parecía una
vulgaridad tener que incluir dos o tres frases que explicaran la situación de
la madre. Prefería que la gente lo
entendiera o no, o se preguntara porqué ese personaje toma la decisión que toma.
Y esa decisión queda reflejada en Alba y en el personaje de Óscar durante el
resto de la obra y vemos cómo les afecta.
El montaje está lleno de sorpresas que mantienen al
espectador con la atención al 100%, ¿en el proceso de escritura ya piensas en
la reacción que puede tener el espectador?
Sí y no. Quizás más en la puesta en escena, pero sin duda no me esperaba determinadas reacciones del
público. Por ejemplo, me sorprende que hay gente que dice que es un texto
muy duro y que sale bastante afectada. Este hecho me sorprende porque para mí
nunca lo ha sido. De hecho, mi gran
temor es que fuera un melodrama ñoño. Cuando acabé de escribir el texto,
empecé a peinarlo porque pensé que sería un culebrón insufrible.
Con respecto a la sorpresa final, pretendía jugarlo así,
dejando pistas pero no para que todo el público lo viera, simplemente como
permitiendo que el que viera todos los niveles de la obra lo pudiera averiguar.
La obra empieza muy feliz, con una felicidad casi irreal,
pero en menos de diez minutos comienza el sufrimiento y casi hasta el final
dura el drama, pero has decidido acabarla con un final feliz, ¿por alguna razón
en especial?
Quería presentar a una familia con una relación deliciosa,
al principio para que luego también viéramos cómo se iba desintegrando esa
relación. A mi me gustaba esa elipsis temporal de contar inmediatamente, de
pasar de ese momento dulce al desasosiego de la desaparición de Alba. Porque en
realidad, en la vida te pasa, en un
segundo te cambia todo.
Una de las sorpresas es la introducción de un personaje
extraño (Albert Prat), que nada tiene que ver con la familia, ni con Alba. ¿Qué
papel representa?
En todo el proceso de documentación que hice para escribir
la obra, totalmente anárquico, entre las cosas de prensa que utilicé, usé una
historia que creo que sucedía por la zona de Tarragona hace unos años, un par
de magrebíes fueron detenidos por unos asaltos con violación y más tarde se
descubrió que eran inocentes. Estuvieron muchos años en la cárcel, todas las
víctimas en ruedas de reconocimiento, los acusaron. Finalmente, los psicólogos
explicaron que cuando una persona sufre un ataque así, sólo busca un culpable y
si tiene algo parecido al de verdad dirá que es él por la necesidad de
justicia. Es muy difícil culpar a una persona de tu propia familia o entorno,
que suele ser los culpables que a uno de fuera. Este personaje es el cabeza de
turco, pero a la vez es tan evidente que es inocente que hasta duele acusarlo.
¿Le acusan todos menos la madre?
Por eso también quería que existiese ese personaje. Cuando
una persona lo ha perdido todo, como es el caso de la madre (Cristina Plazas),
de pronto se crean vínculos inesperados con gente que se puede encontrar en la
misma posición que tú. Es una historia
de “amor” paralela, de dos seres que no tienen nada y que juntos se pueden
ayudar de alguna manera. Para mí, son
las escenas que fueron más fáciles de escribir y las que más me gustaron de
montar. Además el trabajo que ha hecho Albert (Prat) es increíble, que
después con la distancia del escenario no se visualiza del todo, pero en la
sala de ensayo, la mirada de Albert era brutal.
A pesar de todo el sufrimiento has decidido que tenga un final feliz, por qué razón?
En el fondo cuando tu escribes algo, aunque no escribas
sobre ti, de alguna manera lo haces o muestras la visión que tienes de la vida.
El final feliz apareció sin querer, yo escribí el texto para hablar de otra cosa,
quería hablar de la salvación, sobre la capacidad de rehacerse y por mi
experiencia vital era necesario porque la
capacidad de superación está en cada uno de nosotros y es necesario para seguir
viviendo, aunque sea difícil de creer después de que te haya pasado una
cosa así. El día de la primera lectura, llevé como referente el caso de Sabine
Dardenne, una chica belga que fue secuestrada a los ocho años y sometida a
abusos sexuales y que ha relatado su experiencia un libro cómo ha conseguido
llevar una vida normal, incluso su familia fue la quien recibió atención
psicológica, pero ella no.
Además de los actores que pertenecen a la compañía del T6
(Oriol Genís, Àngels Poch, Anna Moliner y Òscar Castellví), has escogido a dos
pesos pesados como Álex Casanovas y Cristina Plazas, ¿por alguna razón especial
ellos y no otros?
Cristina Plazas fue
mi primera opción desde el principio. Además, recuerdo que cuando lo
propuse desde el Nacional me dijeron que sería muy difícil porque estaba
trabajando el televisión en Madrid y, para sorpresa de todos, fue que sí
inmediatamente. Ella tuvo fe en el proyecto desde el principio, sin ni siquiera
haber leído el texto, sólo con mis explicaciones de lo que quería escribir. Y a
partir de ahí comenzamos a buscar su partenaire, el personaje masculino. Fue
bastante difícil por el tipo de hombre que buscaba, la edad, están trabajando
todos, y sobre todo tenía que ser un actor potente para estar al lado de
Cristina porque es brutal, tenía que ser un actor que la acompañara, que ella
no se lo comiera. Y fue el Nacional el que me propuso al Álex porque ya estaba
haciendo El mercader de Venècia, le
pasé el texto y aceptó. Y el caso de Albert Prat fue distinto, porque yo quería
que su personaje lo interpretara un inmigrante frágil como los magrebíes que
venden bolsos por las calles. Y un día ví a Albert y comencé a imaginarme que
podría ser el ideal para interpretar a este personaje, y creo que ha sido un
gran acierto por su dulzura y la extrema debilidad que ha aportado al
personaje.
Particularmente me encanta la escenografía, sobre todo la
metáfora del bosque, ¿Cómo se te ocurrió esta puesta en escena?
Tenía la idea desde el principio de que el bosque invadiera
la casa. Pero claro sabia que quería tener esa presencia allí, pero a la hora
de montarla no sabía cómo conseguirla. Y al escribir la escena del sueño, ya
menciono como de repente aparece un bosque. Entonces Enric Planas, el
escenógrafo, empezó a sufrir para intentar llevarlo a cabo porque en la Sala
Tallers no lo puedes hacer todo por las condiciones técnicas que hay, no puedes
subir y bajar cosas, se tiene que montar. Me hubiera gustado que el techo
también desapareciera, pero no era viable. Pero Enric encontró una solución,
con los mismos pilares de la casa se construye la idea del bosque. Además, me
ayuda a crear el juego de luces y sombras, ese punto tenebrista que adquiere la
obra, como si estuviera entre la pesadilla y la realidad. Porque es un espectáculo básicamente emocional y sensorial, es decir,
la función del tiempo y la acción está guiada por el recorrido emocional de los
personajes.
Escribes en castellano y después te lo traducen al catalán
(Marc Artigau), ¿pero no se pierde nada por el camino? ¿No te has planteado
montarlas en castellano o es porque tendrías un circuito más cerrado?
No es necesario. Aquí el teatro se hace en catalán y está
bien. No tengo ninguna necesidad de cambiarlo, a no ser que algún día me dé por
escribir en verso, que no es el caso. No me lo he planteado. Con Dos punkis i un vespino si hay la opción
de hacer bolos fuera, por supuesto la haríamos en castellano, pero aquí es
necesario hacerlas en catalán. De hecho me encanta como las traducciones que
hace Marc Artigau, que es también poeta y sabe interpretar perfectamente mis
textos.
Hace dos meses entrevistaba a Llàtzer García y le decía
que esta era su temporada y él me respondía que era la temporada de Marilia
Samper. ¿Te queda algún proyecto o después del T6 coges vacaciones?
Estoy escribiendo unos textos para Q-Arts de Teatre para el Grec, que se representará dos días al
Espai Lliure, Udol, el título viene de un poema de Alan Greenberg Howl. Es un espectáculo muy visual
dirigido por el Joan Maria Segura de
Egos Teatre, básicamente de
movimiento y música y hay algunos textos que yo les he escrito para que les
sirvan de camino. Es un espectáculo que trata sobre el arte, la visión que
tenemos de él o como nos gustaría, cómo se vive desde dentro un proceso
creativo. Son textos de diferente índole, hay textos que son de humor, otros más
poéticos. Y además dirijo a Parking
Shakespeare Trabajos de amor perdidos.
Éste será mi año pero el que viene no lo es porque de momento no tengo
nada. Pero bueno, todo viene cuando viene.
Fuente: Elisa Díez (Butaques i Somnis) Fotos: David Ruano
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