El teatro Pradillo desafía la crisis

Un par de escaleras en la sala, el sonido de una sierra que corta madera y el suelo todavía levantado. No hay escenario ni butacas. A simple vista el teatro Pradillo es un auténtico caos, pero la realidad es que está todo controlado. El ajetreo es palpable y los nuevos gestores de la sala corren de un lado para otro dando instrucciones y regalando sonrisas a veces nerviosas por lo que les viene encima. Tras dos meses cerrado, el Pradillo reabre mañana sus puertas con una propuesta titulada Cuidar el fuego. Jornadas de apertura, una metáfora “de aquello que es necesario mantener vivo entre todos en los momentos de desplome” y que ofrecerá teatro, danza, video-creaciones o, incluso, lecturas-performance para plantear la reflexión sobre el significado de la palabra en el arte.

Getsemaní de San Marcos es la nueva directora de la sala y la única mujer en un equipo de tres. La acompañan Fernando Renjifo y Carlos Marquerie, uno de los fundadores del teatro que la compañía La Tartana compró en 1990 y que antiguamente era el local donde se ubicaba una compañía de transporte urgente.
Llegan con ideas frescas. Aspiran a generar contextos de creación, investigación y exhibición y a reforzar el vínculo entre el arte y la sociedad actual a través de charlas, conferencias, lecturas y actividades en continuo movimiento. Pretenden seguir con ese halo alternativo que siempre envolvió al Pradillo. Quieren proyectos osados, desafíos que vayan más allá de la estricta exhibición. “Venimos a romper barreras”, sentencia De San Marcos. Y lo quieren hacer, según declaran, sin dinero. “No tenemos ni un duro”, bromea Marquerie.

Resistencia ante la crisis

De San Marcos reconoce que es muy arriesgado reabrir. “Es incluso una locura económica, una especie de suicidio. Pero para nosotros es importante resistir y no permitir que un espacio cultural se cierre por la crisis, ni consentir que la situación económica pase por encima”, reivindica. Los primeros gastos no han sido descabellados pero, según informan, es un desembolso lo suficientemente grande para una economía familiar como la suya. “Nos ha prestado dinero mucha gente y los trabajadores que están ahí dentro [en la sala] no están cobrando nada”, revela Marquerie. Los artistas y colectivos que durante tres semanas participarán en las jornadas de apertura también lo harán gratuitamente. “Son muchos los que nos están apoyando”, dice Getsemaní agradecida.
Los recortes en cultura han provocado que las subvenciones que recibían por parte del Ministerio, la Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento de la capital se fueran reduciendo provocando su asfixia económica. Aun así, De San Marcos señala que la estructura de las ayudas será, en principio, la misma, aunque todavía están pendientes de que se materialicen. “El problema con las administraciones en estos tiempos son los recortes y los retrasos en los pagos. Los trámites son lentísimos y el dinero parece que nunca llega”, lamenta la directora.
Marquerie, Renjifo y De San Marcos creen que cuando la sociedad está en aprietos el arte debe alterarse. Se deben generar espacios para colectivizar y compartir el conocimiento y la creación, espacios para la duda, el debate y el encuentro. El escenario ayudará a conseguir ese objetivo marcado para esta nueva etapa. Será diáfano o circular; tradicional o inexistente. Podrán hacer con lo que se les antoje: moverlo, cambiarlo y borrarlo. Hacer participe al público, lograr fusionarlo con el espectáculo. “Deseamos establecer un diálogo y entender que necesita Madrid. Que necesitan sus artes”, manifiesta Marquerie.
La ilusión se siente en las palabras de los tres gestores cuya misión es, además, acercarse a los artistas y difuminar esa barrera que existe entre ellos. Cuando habla Carlos Marquerie se emociona. Le tiembla la voz y hace una pausa para terminar diciendo: “El día antes de que se abriera Pradillo en 1990 me quedé solo en el teatro. Estuve llorando durante una hora… pero de miedo. Hoy mis lágrimas son de nostalgia”.
Fuente: Maria Comes Fayos (www.elpais.com)

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