"Trabajar juntas es un regalo maravilloso"



Amparo Baró y Carmen Machi comparten camerino en el teatro Valle-Inclán de Madrid, donde interpretan estos días Agosto (Condado de Osage), el gran fenómeno actual de la escena. Su duelo interpretativo sube la temperatura de una función fascinante y abrumadora. Falta algo menos de dos horas para el comienzo de la funcion; sentadas frente al espejo, esperan la primera pregunta cuando a través del altavoz interno suena una voz femenina. «¡Hola!», saluda. «¡Hola!», contestan a coro las dos actrices. La voz enhebra sus instrucciones para el equipo técnico y Amparo exclama: «¡Basta!». «¡Cállate!», añade Carmen, y las dos se echan a reír. Apoyada en el espejo y encerrada en una vieja fotografía, Katharine Hepburn también sonríe. Y es que es difícil resistirse al clima alegre y feliz que se respira en esa pequeña habitación. No hay flores, pero las que se arrojan la una a la otra son adorno más que suficiente. Se admiran y se quieren, eso es evidente. Por si fuera poco, la función es un éxito absoluto. Apenas quedan entradas, y eso que aún resta más de un mes de representaciones. Las críticas han sido únanimentente entusiastas y el público no deja de piropear su trabajo... Eso es espíritu navideño.

Siete vidas

La relación —hoy convertida en una inocultable amistad— entre Amparo Baró y Carmen Machi empezó hace más de una década. «El primer día que yo pisé el plató de Siete vidas, en el año 2000 —recuerda Carmen— mi máxima ilusión era encontrarme con Amparo Baró. Me habían contratado para hacer un capítulo en la serie, y yo no la conocía, así que vi un capítulo y descubrí que estaba ¡Amparo Baró! Yo, que me había visto todos sus Estudio 1... No había imaginado poder trabajar con ella. ¡Y quién me iba a decir entonces que iba a subirme al escenario con Amparo Baró! ¡Que iba a ser su hija y que le iba a tirar de los pelos! Eso no se lo ofrecen a uno todos los días, y es lo que me tentó...»
Mientras Carmen habla, Amparo subraya sus palabras con sus risas, esos «je-je» entrecortados tan característicos de la actriz. «Cuando Gerardo Vera me mandó el texto, que me fascinó, y me dijo que Carmen Machi estaba en el proyecto, le dije: ¡Necesito hacerlo! Trabajar con Carmen es tremendo —dice mientras el rubor va apoderándose del rostro de esta—. Entre otras muchas cualidades, tiene una generosidad asombrosa. Te sirve, te apoya, te ayuda, te aclara... A mí me gusta tener razón, y lo mismo que estaba segura del éxito de esta función, yo sabía que con Carmen me iba a sentir como en mi casa. Carmen es la actriz más grande de su generación; no cabe duda, no hay otra, y va a ser lo que ella quiera ser. Para mí es el mejor regalo que podía recibir...» Aunque abrumada, Carmen devuelve los elogios: «Tener la oportunidad de trabajar con Amparo no se paga con dinero. Además, Amparo es la mujer y la actriz más moderna de este país. Tiene una manera de hacer en el escenario que no es usual, y que tiene mucho que ver con cómo concibo yo también esto».

Una actriz moderna

«Llevo cincuenta y dos años actuando —argumenta Amparo—. Yo no sé si soy una actriz moderna o no... He trabajado con gente extraordinaria: los mejores directores, los mejores actores, las mejores actrices... E imagino que de todos habré absorbido algo y eso me ha llevado a actuar como lo hago ahora. Pero no soy consciente de ser moderna, creo que siempre he actuado igual. Me parece tan natural actuar. Es mi otro yo... Y estoy hecha de los pedacitos de los maestros y los compañeros que he tenido».
A lo largo de la conversación, y cada vez que se habla de Agosto (Condado de Osage), surge la palabra verdad para referirse al texto, a la interpretación, a la dirección, a los personajes... «Hay muchas maneras de hacer este texto —dice Carmen—, y Gerardo ha acertado en lo importante, que es transmitir la verdad. Los mimbres de los personajes son extraordinarios y se complementan todos muy bien, se entienden sus historias y son absolutamente reconocibles aunque sean de Oklahoma». «Es que ese es el acierto de esta función —asiente Amparo—; este texto, como tantos otros, pero este mucho más, hay que hacerlo de verdad. Y la verdad es lo que nosotros estamos haciendo, porque si no podría convertirse en una función de mucha gracia, en un folletín, en un melodrama... Son personajes reales. Estoy segura de que el autor, Tracy Letts, ha vivido problemas de este tipo. Y si no ha mamado todo Williams, todo O'Neal, todo Steinbeck, todo Faulkner...»
Vuelve a intervenir Carmen para contar que «cuando Gerardo Vera estaba en los ensayos me decía que no tenía la sensación de estar viendo teatro, sino de estar en el salón de casa observando a esta familia; que me he colado como un espía o un voyeur enterándome de los secretos familiares sin que me pillen... Y todas las personas que han venido, y que proceden de ambientes totalmente distintos, han tenido la misma sensación: que han abierto la puerta de una casa y se han colado en ella».
Ni Carmen ni Amparo se llevan, aseguran, los personajes a casa. «Las muescas que te puedan dejar te las quitas en el bar tomando cañas», dice la primera. «A mí los personajes no me han dejado mella, me han dejado recuerdos», dice Amparo, que abre una confesión. «Yo estoy segura —casi segura— de que no voy a volver a hacer teatro. No voy a encontrar otro texto que me despierte la necesidad de subirme al escenario que me ha despertado “Agosto”. Pero no me importa. Siempre he tenido mucha suerte, y que a mis años me ha pasado esto... No he hecho otra cosa en mi vida que trabajar. Me ha gustado leer, ver. Amo esta profesión, amo la interpretación. No somos nada del otro jueves, no somos más que los médicos o que los taberneros, solo que jugamos con la baza de que nos gusta mucho nuestra profesión. Escuchas la frase “La representación va a empezar” y ya estás en otro mundo».
Fuente: Julio Bravo (www.abc.es)

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