Tres dramaturgos suben al cielo


Es un experimento escénico curioso y desde varias vertientes. Santo es una obra que está escrita a seis manos, ya que la conforman tres pequeñas piezas aportadas por otros tantos dramaturgos, Ignacio García May, Ignacio del Moral y Ernesto Caballero, este último también director del montaje. Se estrena (del 3 de marzo al 3 de abril) en la sala pequeña del Teatro Español de Madrid , espacio de 120 butacas sin mucho relumbrón, a pesar de lo cual están surgiendo desde él, en los últimos años, espectáculos de primerísima línea de la escena española contemporánea.

Al frente del reparto Aitana Sánchez-Gijón (junto con José Luis Esteban, Esther Acevedo y Borja Luna), una de nuestras internacionales que nunca deja de participar en todo tipo de proyectos escénicos (a veces incluso como productora) desde que saltó a la fama con 16 años. Y el elemento más insólito: el eje central en torno al cual gira la obra, escrita por tres agnósticos confesos, es la santidad, el bien, el elemento religioso del ser humano, la espiritualidad..., sin ironías, ni cachondeos, ni caricaturas, "ni monjas con ligueros".

García May lleva su agnosticismo más allá del elemento religioso: "Lo soy en el sentido literal y en todos los campos, incluyendo la política", dice retrotrayéndose al griego origen etimológico del término referido a la ausencia de conocimiento. Caballero y del Moral se reconocen profesadores de esa doctrina, que como dice la RAE, es toda una actitud filosófica que declara inaccesible al entendimiento humano todo conocimiento de lo divino y de lo que trasciende la experiencia.

Una charla de café

El origen de Santo hay que buscarlo en una charla de café entre los tres autores, amigos desde hace décadas. "Nos dimos cuenta de que se habla mucho de la fascinación del mal, del malditismo, pero nadie defiende el bien", dicen, "algo típico de una sociedad que no tiene que soportar el mal, que sólo juega a que le atrae el mal, pero pensamos que habría que defender el bien, fue a raíz de esta conversación, en la que aseguramos no hubo alcohol, que nos propusimos hacer algo, y aquí está".

Caballero redunda en esta idea, dejando claro que además hay un origen que buscar aún más atrás: "Nos castró la educación carpetovetónica, se nos ha cercenado esa capacidad sobre el misterio, la trascendencia, la iluminación, porque nos hemos sentido arrojados de esos territorios por el sectarismo de esa educación de vía estrecha y de meapilas; a partir de ese hilo te planteas más cosas, como la ejemplaridad, la valentía a la hora de adoptar actitudes contra corriente como la del doctor Stockmann de Un enemigo del pueblo, como Teresa de Calcuta y se da la necesidad de abordar el tema sin ironías ni parodias, para suscitar una reflexión que nos sirva a todos" a lo que añade Moral con el asentimiento de sus compañeros: "Hoy ir contracorriente es renunciar a esa ironía, es otro enfoque y un desafío para el público. La apuesta es renunciar al cinismo cuando nos referimos a ciertas cosas, desnudarnos y descubrir que hay otros mundos que nos preocupan", sostiene de Moral para el que la escritura no es el resultado de una reflexión previa, sino un detonante con el que descubrir cosas, "las tres historias contienen muchas preguntas, en las tres se destila una adecuación del lenguaje y un registro más depurado...., son muy bonitas para ser leídas".

Caballero ha escrito Oratorio para Edith Stein, ya que le atraía una figura que concentra en sí misma la idea de búsqueda como ninguna otra: Edith Stein, más conocida como Santa Teresa Benedicta de la Cruz, la patrona de Europa, una mujer judía, que se convierte al catolicismo y que muere en un campo de concentración. García May se ha responsabilizado de Los coleccionistas, donde ha empujado sus posibles obsesiones al mundo de las reliquias, de una realidad repleta de misterios que se escapan a la observación cotidiana. Del Moral en Mientras Dios duerme ha querido hablar de los santos contemporáneos, de su entrega anónima en esos lugares remotos en los que no parece haber dios.

"Las tres son historias que nos transportan a esas zonas adormecidas de la conciencia que de forma general llamamos misterio", apuntan estos dramaturgos que pertenecen a una misma generación emergida en la transición: la del bocadillo. Los tres han estado aprisionados por sus mayores, entre los que encontramos a Sanchis Sinisterra, Fermín Cabal y Alonso de Santos y por su generación posterior, formada por Juan Mayorga, José Ramón Fernández, Yolanda Pallín y Borja Ortiz de Gondra, entre otros.

"Pero no hemos sido dramaturgos de piscifactoría, somos de monte y estamos más correosos, nos hemos hecho en lo montaraz", señala Caballero, que al igual que sus compañeros denuncia el terrible momento que está viviendo el teatro español contemporáneo, no porque el público les de la espalda. Todo lo contrario. Sino porque las compañías viven fundamentalmente de las giras y las administraciones públicas, sobre todo los ayuntamientos que poseen la mayoría de los teatros españoles, se quedan con el dinero de taquilla para tapar otros agujeros y no les pagan o lo hacen con retrasos que suponen empujarles a la quiebra.

"Como industria cultural vamos a una argentinización, y un país que se declara europeo y moderno es de una ceguera tremenda, desde el punto de vista económico, que de la espalda a la inversión cultural, porque movemos una industria con muchos puestos de trabajo, que genera mucho dinero, podríamos ser un motor económico y sin embargo la presencia cultural española en el extranjero es ridícula, irrisoria e irrelevante", sostiene Caballero, "eso dice mucho de una clase política inculta, y lo peor es que es ciega y no sabe lo que tiene".

García May aún va más allá en su contundencia: "El teatro es uno de los muchos campos que están pagando un sistema que está profundamente corrupto de arriba abajo, porque esta es una sociedad donde se aprecia al listo, no al inteligente, y no tiene solución, porque la solución pasaría por meter a todos los alcaldes de España en la cárcel, y seguro que alguno es honrado, pero ese entenderá lo que estoy diciendo. El dinero que no nos pagan, pero que ha llegado a taquilla, ¿quién lo tiene?".

"Choriceo impune"

Caballero, arrastrado a la desolación añade: "Lo más terrible es que el choriceo queda impune; este país está en Europa porque le ha tocado geográficamente, porque sus métodos son de república bananera". Los tres tienen la seguridad de que el teatro es importante para una sociedad: "El teatro es un ejercicio de convivencia que redunda en lo mejor de la civilización, porque es un lugar de pacto entre personas, donde se escucha y todos renuncian a su ego, es algo esperanzador para la humanidad, es una ceremonia que recoge y cristaliza preguntas y las revierte en forma de preguntas, sirve para crecer por dentro".

Ernesto Caballero, que ha impulsado este montaje cuya producción se aborda con su compañía Teatro El Cruce, dice que el teatro sirve para mirarnos, admirarnos y hacernos mejores: "Nos hace más completos, nos acerca a ese lugar de la existencia que tiene más que ver con la excelencia y la virtud, sirve para hacer ciudadanía y es un lugar de trascendencia, donde uno se asoma también al misterio y se suscita al milagro".

Por su parte García May tiene claro que el teatro sirve para algo cuando se realiza desde hace 25 siglos se hace: "En épocas de hambruna, en guerra, en sociedades ricas y pobres, y de las pocas cosas que florecen es el teatro". Mientras dicen esto la conversación entre ellos deriva al contemporáneo mundo de los fingimientos y las mentiras sociales: "Hoy se ha invertido el lugar de las máscaras, el teatro es el lugar donde éstas descansan, acudir a una representación es ir a un sitio donde te dicen algo que es la verdad, entre el solipsismo de las redes sociales y las belenes esteban, el teatro es donde te encuentras con la persona", concluye Caballero.

Fuente: Rosana Torres (www.elpais.com)

No hay comentarios:

Publicar un comentario