'Santa' Aitana Sánchez Gijón


Aitana Sánchez-Gijón es la base sobre la que se ha asentado el triángulo creador de Santo, cuyos autores son Ignacio García May, Ignacio del Moral y Ernesto Caballero. Éste, además, dirige la función, en la que la actriz se mide a José Luis Esteban. Es prácticamente un mano a mano entre los dos, aunque en escena les acompañan también Esther Acevedo y Borja Luna. La Sala pequeña del Español —un teatro donde, dice Aitana, se encuentra como en casa— acoge mañana el estreno de esta pieza. Nació Santo del deseo de los tres autores de trabajar juntos. Pronto apareció, ha contado Caballero, la santidad, «un tema que nos desconcertaba y nos despertaba preguntas e interrogantes: el misterio, la ejemplaridad, la trascendencia...» Cada uno escribió un texto, que Caballero ha cosido en un espectáculo.

Por si no tuviera suficiente con un autor, tres...

Han tenido una generosidad impresionante y una confianza máxima. Los tres son amigos; uno de ellos dirige el espectáculo y los otros dos saben perfectamente cómo dirige Ernesto. Su trabajo es muy experimental, de búsqueda e investigación, y en eso incluye también la transformación de los textos. Había que encontrar un lenguaje determinado para cada uno, porque no tienen nada que ver entre sí. El primero es más realista. El segundo es como una fábula, que tiene como un punto de surrealismo, a mí me gusta decir que entre Borges y Murakami. Y el tercero se mueve más en el terreno de lo simbólico, lo onírico.

¿También el trabajo interpretativo requiere esa investigación?

Totalmente. Hay que entregarse, y eso es lo que me parece fascinante. Es así como a mí me gusta trabajar y donde encuentro claves distintas: en el riesgo, en probar, probar todo. Hemos pasado del trabajo más neutro, sin elementos, a tener utensilios; del trabajo menos naturalista a buscar ya algo más realista. Y eso es un lujo, es un laboratorio para un actor.

¿Qué tienen en común los tres textos?

Nacen de una serie de preguntas sobre lo denostada que está la bondad o ciertas vidas ejemplares, lo luminoso que existe en la religión... Esa parte de búsqueda de la verdad, de la bondad, de cómo se diluye la individualidad en aras de un sacrificio o un servicio hacia el prójimo. Todas esas grandes palabras que nos resultan hoy tan vacuas, y que están teñidas de tantas otras cosas negativas y que tanto mal han hecho y siguen haciendo. La obra quiere quitar ese peso, esa carga que tiene de más lo religioso y buscar lo trascendente. Sólo uno de los personajes es real: Edith Stein, Sor Teresa Benedicta de la Cruz, la protagonista del texto de Caballero. Fue una mujer agnóstica durante muchos años de su vida. Provenía de una familia judía practicante y ortodoxa, y leyendo a Santa Teresa tuvo una revelación y no solo se convirtió a la religión católica, sino que se hizo monja carmelita; aun así, fue gaseada en Auschwitz. Hay en la obra de Ignacio del Moral una misionera que está en un poblado perdido en el Amazonas. Y luego está la obra de García May, que pega un vuelco y se coloca en este lugar surrealista, aventurero, divertido, sorprendente, en el que paso de ser la tentada —eso es quizás lo que habría en común, la estructura de tentador y tentado— a ser la tentación.

¿Nos hacen falta santos en la sociedad actual?

Hay personas con vidas ejemplares y que de repente logran con actos extraordinarios remover lo que tienen alrededor; ahí está el hombre que se autoinmoló en Túnez. Tiene que haber un caldo de cultivo, pero hay personas que son capaces de encender esa mecha y de llegar a revolucionar sistemas enteros. Hay personas capaces de poner en juego su propia vida, y estoy pensando en esa mujer de veinte años, en Ciudad Juárez, en México, que toma el mando de la Policía. Seguramente tiene miedo, pero no le importa jugarse la vida... Tanta gente anónima que superpone su sentido de la justicia y de la bondad por encima de sus intereses personales...

Pero falta el componente espiritual, a esas personas se les puede llamar héroes.

Para mí, los santos actuales serían esos héroes, anónimos o no. En esta obra está el factor religioso, y evidentemente tiene un peso enorme. Yo soy agnóstica y no he recibido una educación religiosa. Siento, además, que muchas de las lacras de nuestra sociedad vienen del peso de la religión, del fanatismo y la «iluminación», de pensar que uno es poseedor de la verdad y su Dios es el único. Todo eso existe y para mí tiene un peso nefasto... Pero la religión tiene otro lado de búsqueda de la bondad y la trascendencia; de algo que nos conecta con algo que es difícil de explicar y que yo, como agnóstica, anhelo también. Yo encuentro ese afán de trascendencia y de espiritualidad a través del arte, del teatro. Para mí, el hecho teatral es algo trascendente, sagrado, litúrgico, y a través de ahí canalizo esa necesidad de espiritualidad. Porque el ser humano tiene necesidad de trascendencia y espiritualidad.

Conocer vidas como la de Edith Stein, ¿le ha generado nuevas preguntas respecto a la religión?

Son preguntas que me vengo haciendo desde que era muy pequeña. El hecho religioso lo he mirado con fascinación y con una cierta envidia. Y con una necesidad de canalizar ese lado espiritual y de trascendencia. Esta obra me hace ahondar en esa fascinación y en esas preguntas, que siguen sin respuestas.

¿Para los otros dos personajes ha buscado más allá del texto?

En realidad, éste ha sido un trabajo de inmersión sin tiempo. Cinco semanas de ensayos nada más y sin posibilidad de preparar. Es la primera vez en mi vida que empiezo un proceso de ensayos sin haberme aprendido el texto previamente. Ha sido un trabajo sobre la marcha en el que no ha habido tiempo ni posibilidad de documentación, aunque daba para hacer un máster de filosofía o de teología...

¿Le asusta el hecho de tener al público tan cercano?

Sí, sí. Por un lado, esa sensación de intimidad produce un arropamiento y una integración de espectador en el espacio escénico. Es algo envolvente, pero ahora queda exponer públicamente lo que has hecho hasta ahora en la intimidad... Es desnudarte por primera vez ante alguien que no conoces.

Fuente: Julio Bravo (abc.es)

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