Shakespeare era Shakespeare

¿Escribió Shakespeare las obras de Shakespeare? La verdadera identidad del mayor dramaturgo de todos los tiempos, que legó obras repletas de símbolos universales como la pasión, la ambigüedad, la sátira o el instinto político, sigue dividiendo a los círculos culturales casi 400 años después de la muerte del bardo de Stratford-upon-Avon (1564-1616). ¿Fue un impostor, un fraude, la firma tapadera de un personaje más ilustrado? Las teorías conspirativas nunca han dejado de estar en boga, pero en la era de Internet disponen incluso de mejor tribuna.

Representantes de la crema teatral británica como Derek Jacobi o Vanessa Redgrave se han apuntado a esa corriente de escepticismo. El director Mark Rylance sostiene sin miramientos que la creación de Hamlet, Otelo o Macbeth fue producto de una "cábala literaria" de la que formaba parte sir Francis Bacon. Antes que ellos, otras figuras de renombre como Mark Twain, Henry James o Sigmund Freud mostraron parecidos prejuicios culturales apoyándose en un cierto esnobismo y en unos cimbeles más que precarios en opinión del escritor estadounidense James Shapiro, que ha desmontado todas estas teorías en su libro Contested Will: who wrote Shakespeare?

¿Cómo pudo el hijo de un vulgar comerciante de lana, carnicero y arrendatario, un hombre de estudios limitados que escribía para pagar sus deudas y que nunca viajó, entender el mundo de reyes y cortesanos, tratar asuntos de Estado, filosofía, leyes, música o el arte de la cetrería? Shapiro, profesor de la Universidad de Columbia y experto en la obra del autor inglés (a quien ya dedicó el libro Un año en la vida de William Shakespeare: 1599), propone un recorrido histórico por algunas de las teorías negacionistas de mayor eco para subrayar, ante todo, su anacronismo: las suspicacias sobre la pluma de Shakespeare no surgen hasta 200 años después de su muerte. Nadie antes encaró la lectura de sus obras teniendo en cuenta la biografía del creador.

Denso en historias y argumentos, al tiempo que ameno, Contested Will: who wrote Shakespeare? relata cómo las teorías alternativas nacen a principios del siglo XIX, cuando se afianza la asunción de que los trabajos artísticos son reflejo de las claves personales del autor y deben ser interpretados como una autobiografía, incluso espiritual según los románticos. La estadounidense Delia Bacon, hija de un predicador visionario, sostenía en un estudio publicado en 1857 que Shakespeare era "un iletrado y actor de cuarta fila, demasiado estúpido" para haber concebido una obra que manifestaba "los últimos refinamientos de la más alta educación parisina". Eligió como alternativa al poeta, filósofo y científico Francis Bacon (con quien no guardaba parentesco) con el argumento de que su secreto odio hacia el despotismo monárquico le obligaba a recurrir a un seudónimo.

Influida por las ideas de Mark Twain -quien también sostenía que Isabel I era en realidad un hombre-, Delia Bacon no aportó más que elucubraciones al debate aunque, a su muerte en un psiquiátrico, una nueva generación tomó el testigo con una vasta producción de artículos. En 1920, el profesor T. J. Looney atribuyó en un libro la autoría de las obras a Edward de Vere, conde de Oxford, basándose en sus conocimientos de cetrería, en la coincidencia de que tenía tres hijas -como el rey Lear- y otras generalidades. Looney pasa por alto que el conde murió en 1604, antes de que se escribiera el grueso de la obra shakesperiana. Ello no fue óbice para que Sigmund Freud abrazara la teoría como alimento de sus propias obsesiones: relacionó el complejo de Edipo de Hamlet con el de Edward de Vere, impotente ante la boda de su madre con otro hombre tras enviudar.

Otra tesis sostiene que el dramaturgo y poeta inglés Christopher Marlowe -asesinado en 1593- fingió su muerte para seguir escribiendo bajo el nombre de William Shakespeare, de quien era coetáneo. Esta teoría denota, según Shapiro, la resistencia entre un vasto sector del mundo académico a aceptar que William Shakespeare escribió varias de sus obras en coautoría. Porque Marlowe fue uno de esos colaboradores, en una práctica habitual en los tiempos del teatro isabelino. Incluso hoy, añade, los estudiosos están muy lejos de entender cómo el bardo y sus coautores repartían tramas y personajes, revisaban sus respectivos trabajos o unificaban estilos.

Lo cierto es que apenas un puñado de documentos atestigua la singladura privada del escritor que dejó tal huella en la literatura universal. Ni siquiera existe absoluta certeza sobre los verdaderos rasgos de su físico, objeto perenne de controversia entre historiadores y expertos del mundo del arte. Pero el veredicto de Shapiro es una defensa en toda regla del hombre de Stratford. Su retrato le presenta como un hombre de teatro, que leía, observaba, escuchaba y volcaba todo en unas obras que reflejan el genio de la imaginación. Shakespeare, concluye Shapiro, sí escribió a Shakespeare.

Fuente: Patricia Tubella (www.elpais.com)

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